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Estimulación Acuática de bebés para niños con necesidades especiales

Desarrollo infantil

El desarrollo infantil, en términos de intervención, parten de una concepción que contempla la globalidad del niño y la importancia de las interacciones socio-afectivas de éste con el medio que le rodea. Tradicionalmente (Vidal y Diaz, 1990; Candel, 1993; Sánchez Asín, 1997) el desarrollo global del infante se divide en cuatro áreas: motora, perceptivo-cognitiva, socio-comunicativa y de hábitos de autonomía.

Cada una de estas áreas presentan una serie de objetivos que respetan el desarrollo evolutivo normal, que no debe establecerse como norma ni patrón inamovible, y que deben respetar las características propias del niño y su familia.

En el caso del niño con necesidades especiales, además se deberá tener en cuenta las características de la patología, el momento del niño y de la familia.

Área motora

El área motora tendrá que ver con las adquisiciones motrices propias del niño y ajustadas a su edad, extrapolándose en nuestro caso a aquellos logros que el infante pueda realizar en el medio acuático. La intervención en el área perceptivo-cognitiva se centrará en la conexión del niño con su entorno, valorando la capacidad de respuesta y su influencia en él. Esta área se revela como muy importante, y el aprendizaje en los primeros años es eminentemente sensoriomotor, por lo que es esencial que el niño muestre interés por el medio que le rodea, facilitarle medios ricos de estímulos y que interactúen adecuadamente con él.El agua es un medio ideal por los estímulos que genera, lo facilitadora de la relación y las posibilidades de movimiento del infante en él.

Área comunicativa

El área comunicativa, especialmente en su faceta expresiva, es una de las principales características del infante en los primeros años, y además, unas de las principales dificultades en el aprendizaje. A la hora de estimular el lenguaje se debe buscar entornos sociales que faciliten el mismo y fomentar las habilidades que potencien la relación del niño con el entorno. Estas habilidades de comunicación tendrán que ver también con una buena relación socio-afectiva con los padres y, en el caso de los programas de intervención grupal, con el resto de los niños. Con el fin de facilitar dicho proceso, el lenguaje debe de estar presente desde tempranas edades (Miller, Leddy, y Leavitt, 2000), así como bien señala Gràcia (2003) indicando que los niños aprenden a hablar durante todas las horas del día, con varias personas, diferentes entornos y con objetivos particulares.

 

Factores determinantes del desarrollo infantil

El desarrollo infantil en los primeros años se caracteriza por una constante adquisición de funciones que van estrechamente unida al proceso de maduración del sistema nervioso. Estas funciones, iniciadas en la vida intrauterina, van a necesitar de una base genética adecuada y de una organización biológica y psicoafectiva que facilite que las funciones cognitivas, sociales, del lenguaje y motrices se adquieran. Este desarrollo es fruto de la interacción de factores genéticos, responsables del potencial biológico, y de factores ambientales, sociales, emocionales y culturales, que interactúan entre sí de una forma dinámica modificando el potencial de crecimiento y desarrollo (Thellen, 1989).

Los estudios tanto de la psicología evolutiva como de la neurología pediátrica indican que el desarrollo sigue ciertas leyes en la adquisición de la conducta y que dicho proceso, continuo y progresivo, va a depender de múltiples factores ambientales y no sólo del sistema nervioso central (Berk, 1999; Nelson, Vaughan, y McKay, 1983; Rice, 1997; Shaffer, 2000). Desde el nacimiento, una etapas preceden a otras, integrándose a partir de la experiencia y el aprendizaje. El bebé, con un carácter exploratorio, ensaya y responde de forma diferente a cada uno de los requerimientos ambientales, seleccionando y repitiendo aquellos patrones funcionales adecuados y que suponen un gasto energético menor y un mayor éxito de la acción.

El medio acuático, si se crea un entorno motivador y adecuado, puede ofrecer al niño los estímulos y experiencias necesarias para que dicha práctica se lleve a cabo.  La práctica repetida hace que estas respuestas se conviertan en respuestas voluntarias y eficaces que con la experimentación ganarán en precisión y calidad. De esta forma las secuencias de desarrollo, pese a ser variables en su aparición, se convierten en conductas predecibles con planificación progresiva e intencional, permitiendo la evaluación, programación y pronóstico de las mismas.

Importancia de la corteza cerebral en el desarrollo

Aunque las teorías del desarrollo evolutivo cada vez dan más importancia a los factores ambientales, no podemos olvidarnos de la influencia e importancia de la corteza cerebral. Ésta, encargada de controlar las acciones voluntarias, no madura de forma uniforme, siendo el área motriz la primera en desarrollarse, seguida del área sensorial y finalizando por las áreas asociativas.

Durante el desarrollo inicial, el número de conexiones cerebrales aumenta, así como el número de sinapsis por neurona, número de sinapsis por unidad de tejido cortical y aumento de la densidad sináptica, y aunque algunas neuronas están genéticamente desarrolladas para controlar las funciones vitales, otras están esperando para conectar con nuevas funciones (Kandel y Schwart, 1985).

Desarrollo motriz en el medio acuático

El desarrollo motriz en el medio acuático ha sido históricamente fruto de estudio en numerosos trabajos especializados (Ahr, 1994; Azémar, 1974; Camus, 1974, 1983; Cirigliano, 1989; Diem et al.,1978; Mayerhorfer, 1952; Mc Graw, 1935, 1943) intentando describir o explicar el valor de la práctica acuática en el niño y el efecto de la misma en las diferentes etapas y áreas del desarrollo. En el desarrollo convergen las características propias de ser humano tanto como especie (filogénesis) y como persona (ontogénesis) (Da Fonseca, 1984, 1988), naciendo cada individuo con un potencial de acción que se alcanzará o no dependiendo de las experiencias y oportunidades que se le ofrezcan. Esto, unido a la adaptación del niño, hace que el camino de su motricidad, tanto en tierra como en agua, sea el resultado de procesos de maduración y aprendizaje que continuamente van modelando y determinando el potencial de origen (Moreno et al., 2003).

Los estudios de Mc Graw (1939) y Mayerhofer (1952) nos indicaban que las primeras fases del desarrollo infantil estaban determinadas por el componente de maduración biológico, incluso sin una práctica más o menos sistematizada, produciéndose cambios en la respuesta del infante. Sin embargo, Moreno et al. (2003) nos hablan de que “cuando se inicia el control voluntario, el substrato neurológico pasa a un segundo plano adquiriendo la práctica acuática y el aprendizaje un papel determinante en la adquisición de patrones motores eficaces y eficientes”, indicándonos también que las prácticas acuáticas parecen tener influencia de forma determinante a partir del segundo año de vida, ya que hasta entonces no se encuentran diferencias significativas. En referencia a esta práctica en el medio acuático, Del Castillo (2001) nos indica que, “el niño que ha experimentado el medio acuático como algo satisfactorio desarrolla una actitud acuática positiva y aunque no aprenda técnicas específicas hasta más adelante, su conducta en el agua será sustancialmente diferente de aquel que no la tiene.”

Diem et al. (1978) pusieron de manifiesto en un estudio con niños de edad preescolar que aquellos que realizaba actividades acuáticas desde bebés presentaban además de un coeficiente intelectual más alto, además de una mejora en la atención y en la independencia del infante. En esta misma línea Camus (1983) nos habla de que los niños que han experimentado en este medio tienen una mayor capacidad motriz por el número de vivencias y estímulos diferentes que el agua le permite y que ésta mejora en el campo motriz, según Ahr (1994), también influye en los aspectos cognitivos del infante.

Los estudios de Vygotsky (1988) son fundamentales a la hora de comprender cómo se produce el aprendizaje en los niños, y como el “desarrollo cognitivo resulta de la interacción entre los niños y las personas con quienes mantienen contacto” siendo el medio acuático el entorno ideal para dicha interacción. Así mientras Piaget (1975) centra la importancia en los aspectos biológicos, Vygotsky (1988) valora la maduración como un aspecto más cultural, de importancia del estímulo y de la relación.

Cirigliano (1989) habla de la evolución del niño en tres dimensiones, de forma que la experimentación libre, le permite un desarrollo de la motricidad, el área cognitiva-social y la comunicación, así como mejoras en el desarrollo simétrico, coordinación, equilibrio, autonomía y esquema corporal a la vez que asegura la supervivencia del niño en el medio.

Franco y Navarro (1980) nos hablan del refuerzo en términos de personalidad, independencia, incluso de comunicación y en consecuencia mejora de los aspectos sociales (Del Castillo, 1992; Fouace, 1979; Sarmento y Montenegro, 1992) en aquellos niños que han experimentado en el medio.

Sin embargo Diems et al. (1980) nos indican que el desarrollo motriz acuático no tiene una evolución lineal, y proponen por tanto una evaluación comparativa con uno mismo.

Numminen y Sääktslathi (1993), compararon el desarrollo evolutivo en los primeros meses de vida del niño de aquellos que participaban en un programa de actividad acuática para bebés en compañía de sus padres, en relación a aquellos niños que no recibían ningún tipo de estimulación en el medio. De dicho estudio se saca la conclusión de que “como el aprendizaje se basa en la estimulación del sistema nervioso, y la respuesta activa del niño, podría ser, que el agua, con sus cualidades especiales, dote al niño de unas posibilidades de activación sensorial que no pueden ser encontradas en ningún otro sitio, por lo menos a tan temprana edad”. Numminen y Sääkslathi (1998)  y Del Castillo (2001) nos hablan de que “las cualidades del medio para favorecer la integración sensoria y de forma indirecta la formación de modelos mentales para un aprendizaje y control motor apropiados”.

Sääkslahti, Nummienen,  y Koivunen (1997) estudiaron también la influencia de la participación en programas preescolares con la práctica de la natación a partir de los tres años, encontrándose que los niños con experiencia previa muestran diferencias al inicio del programa en términos de motricidad acuática y seguridad en el medio, aunque en el desarrollo del programa de entrenamiento todos son capaces de aprender habilidades acuáticas casi por igual.

El  valor de las actividades en el medio acuático viene siendo reconocido durante los últimos años en numerosos trabajos (Gutiérrez y Díaz, 2001; Del Castillo, 2001; Cotrino, Moreno, y Pérez, 2005; Moreno y De Paula, 2005) subrayando los beneficios en la etapa infantil sobre las áreas de la personalidad, social, cognitiva y motora. Sin embargo los estudios en referencia a si la experimentación en el medio acuático provoca un mejor desarrollo  son contradictorio (Diem, Lothar, y Hellmich, 1982; Langendorfer y Bruya, 1995) y aunque haya estudios que así lo defiendan (Numminen y Sääkslahti, 1998)  parece que la tesis hasta el momento más probable es que los efectos de la experiencia acuática temprana son sólo significativos en el área de la motricidad acuática (Ahrendt, 1999).

Gutiérrez y Díaz (2001) investigaron a partir de la expresión corporal y la observación si las actividades acuáticas producían un mayor desarrollo cognitivo, social y motriz en el infante, teniendo como resultado que durante las primeras semanas de práctica en el medio sí se produce dicho avance. Tras las mismas, las mejoras se reducen al área motriz únicamente, pasando en un primer término a un gran número de adquisiciones, y cobrando mayor valor en una segunda fase la calidad de las mismas, así como la menor dependencia de la figura paterna y materna y una mayor participación de los bebés en las actividades.

El estímulo acuático según Moreno, Pena, y Del Castillo (2004) sobrepasa la mera actividad corporal, beneficiando la maduración del niño. Las posibilidades de movimiento que proporciona el medio acuático, así como una interacción de los aspectos tónicos, verbales, gestuales y afectivos que influyen en el desarrollo evolutivo no solo en el medio, sino la posibilidad de extrapolarlos al trabajo en tierra.

 

El desarrollo en el medio acuático es secuencial

Al igual que pasa en tierra, el desarrollo del niño en el medio acuático es secuencial, siendo cada fase una preparación indispensable para la siguiente (Wallon, 2000).

La parte biológica, tan importante en el inicio del desarrollo, va cediendo importancia a la parte social. Lenguaje y conocimiento (Wallon, 2000), así como estímulos externos que desarrollen las áreas motoras y cognitivas,  son necesarios para el desarrollo global del infante.

El desarrollo motriz tiene que ver con la capacidad de relación de los niños con los objetos (García-Ferro, 2012; Ruíz y Graupera, 2015) y constituye un proceso de adquisición del conocimiento necesario para moverse adaptativamente en el medio (Ruiz, 2008). El niño necesita relacionarse con el entorno para adquirir sus propias competencias (Franco, 2008; Ramos, 2009) y el desarrollo motriz y la posibilidad de movimiento permite al niño el desarrollo de sus capacidades cognitivas, del lenguaje y sociales (Mounoud, 2001) siendo necesario facilitar al niño libertad en el movimiento y experiencias diversas de aprendizaje (Zomeño y Moreno, 2003). Por ello el agua puede convertirse en el medio idóneo ya que permite al niño descubrir nuevas posibilidades motrices (Jofre y Lizalde, 2003; Moreno, Arias, Caravaca, Del Castillo, Pinto, y De Paula, 2010; Zomeño, Marín, y Moreno, 2007).

Podríamos decir que la práctica en el medio acuático dota de nuevas posibilidades motrices al niño permitiéndole tener nuevas experiencias que le ayudarán a crecer, siendo necesaria que sea paralela al crecimiento y esté presente de forma continuada (Del Castillo, 2001).

 

 

 

Cristina 1

Fundadora y Directora del Área de Hipoterapia, Educación Acuática e Hidroterapia del Proyecto Vitae, desde 2006, y desde 2015 forma parte de la Asociación AIDEA  destinada a la investigación, docencia y desarrollo de programas acuáticos. En 2017 ha iniciado un nuevo proyecto llamado Corporal Control, destinado al cuidado del niño y la madre.
Docente del Grado de Fisioterapia de la Universidad Miguel Hernandez y de la Universidad Cardenal Herrera CEU y colabora en la formación de postgrado en diversas universidades, así como en proyectos de voluntariado en otros países.

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Comentarios (1)

Enhorabuena Cristina Salar por acercarnos la evidencia y los beneficios que aporta el medio acuático al desarrollo global del niño y en especial al que presenta dificultades en su desarrollo

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